viernes, 19 de septiembre de 2008

Las bolsas de Ikea y la felicidad


Por si alguien no ha comprado nunca en Ikea, diré que tienen dos tipos de bolsas: amarillas y azules. Las bolsas amarillas son las que uno coge en la tienda para ir guardando todo lo que quiere llevarse y poder trasportarlo hasta la caja, donde pagará y devolverá la bolsa, que pertenece a la tienda. Las bolsas azules son unas que están a la venta en la línea de cajas y pueden adquirirse por 50 céntimos, están pensadas para llevarse la compra a casa y poder reutilizarlas.

Yo pienso que la felicidad es como las bolsas de Ikea.

Uno va a Ikea movido por el impulso de satisfacer una necesidad, reflexiona acerca de su necesidad, decide qué tipo de artículos la cubrirán, y se lanza a la busca de esos artículos, los localiza, los recoge, los guarda en su bolsa amarilla, carga con ellos por todo Ikea en pos de los que le faltan, si alguno es muy grande lo va cogiendo por partes, en un momento dado puede desechar alguno para poder coger otros, y cuando finalmente considera que ya ha reunido todo aquello que necesitaba se dirige a la línea de cajas para saldar cuentas, deja la bolsa amarilla que ya ha cumplido su cometido, y se va a casa con sus objetivos satisfechos.

La bolsa amarilla trasciende, no es un fin en sí misma, está llena de cosas y nos acompaña durante todo nuestro camino por la tienda, haciendo posible que reunamos y conservemos todo aquello que perseguimos. Su mera existencia está estrechamente ligada a la función que cumple. Es la felicidad en busca de sentido.

La bolsa azul, en cambio, no nos acompaña durante nuestro recorrido por Ikea, solamente está al final del camino, en la línea de cajas, y puede adquirirse por 50 céntimos sin importar que uno tenga algo que guardar en ella o no. Y es muy curioso el hecho de que, mientras que nadie quiere cargar con una bolsa amarilla vacía, muchas personas gastan dinero en adquirir una bolsa azul y se la llevan plegada a casa.

La bolsa azul es un fin en sí misma, puede comprarse con dinero, no está necesariamente ligada a las cosas que queríamos conseguir, podemos llevárnosla a casa perfectamente doblada y sin haberla usado nunca. Es la felicidad intrascendente y bobalicona que se obtiene o se pierde azarosamente, al margen de nuestros actos, carente de sentido.

1 comentario:

jg riobò dijo...

Así es en verdad la vida consumista de hoy. Emociones como contenedores de la compra del día.
Gracias por tu comentario.

 
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