De todas las cosas que nunca olvidaré hay una que me gusta contar. Un mediodía a solas con mi padre, que no solía haber muchos, yo era adolescente y él hizo la comida. Tortilla de patata. Bueno, somos españoles, y él era un hombre de todas las guerras y postguerras del siglo XX, así que eligió bien. Acostumbrada como estaba a que siempre cocinase mi madre se me hizo muy extraño ver a mi padre cocinando para mí. Recuerdo a la perfección esa sensación enrarecida de incomodidad familiar, como si el hombre que me crió fuera un desconocido simplemente porque faltaba algún elemento habitual en el cuadro. La tortilla salió buenísima y así se lo dije, él se quejó y casi se enfadó porque se le había olvidado echar la sal, y yo le quité importancia. No me permitió esa concesión. “Importa mucho. Voy a contarte una historia”.
Y entonces me narró un cuento popular de un hombre rico que tenía tres hijas y quería saber cuál era la que más le amaba para dejarle a ella toda su herencia. La mayor le dijo: “Padre, yo le quiero como al mar y la tierra”, y el padre quedó muy satisfecho con esa respuesta. La mediana le dijo: “Padre, yo le quiero como al sol y las estrellas”, y el padre quedó más satisfecho aún de esa respuesta. La pequeña le dijo: “Padre, yo le quiero como la sal a la carne”, y el padre quedó tan decepcionado de esa respuesta pequeña y mundana que pidió a su hija menor que se marchase y no volviera. Así que decidió dejar su herencia a las dos hermanas mayores. Unos años más tarde el hombre rico fue a un asador de gran fama, pero le sirvieron una cena tan vulgar, mediocre e insípida que no pudo menos que llamar al servicio de cocina para protestar. Fue considerable su sorpresa cuando vio que la cocinera era la hija pequeña a la que años antes había echado de casa, que le explicó que si su cena era tan decepcionante era porque no le había echado sal.
1 comentario:
Que momentos para plasmar en fotografía en blanco y negro.Añoranza de personas y tiempos desaparecidos.
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