Era la única explicación a aquella larguísima cola que todas las mañanas se extendía desde la puerta de la tiendecita hasta más allá del parque que había enfrente.
Cruzaba la carretera entorpeciendo el tráfico que ya comenzaba a gotear desde las seis de la mañana, atravesaba los columpios, rodeaba la fuente de la plaza central y continuaba serpenteando entre los árboles hacia los muros del fondo. Era la cola más larga que mi abuela y yo habíamos visto jamás.
A mi abuela le gustaba repetir que ni siquiera era comparable la que se formó cuando estrenaron en el cine del barrio la exquisitamente esperada película de la Hepburn. Y ésta era la única explicación posible.
La ofrecían a sacos, en racimos, al peso, en diminutas porciones primorosamente envueltas en papel de oro o a granel en bolsas de plástico reciclable. Como quisieras comprarla. Invadía el escaparate, colgaba del techo y las paredes junto con el resto de los productos frescos, se extendía apetecible por el mostrador y casi que llegaba a caérsele de los bolsillos al tendero.
No cabía otra explicación que justificase aquella eterna hilera hambrienta de humanidad expectante. En aquella tienda vendían esperanza.
Cruzaba la carretera entorpeciendo el tráfico que ya comenzaba a gotear desde las seis de la mañana, atravesaba los columpios, rodeaba la fuente de la plaza central y continuaba serpenteando entre los árboles hacia los muros del fondo. Era la cola más larga que mi abuela y yo habíamos visto jamás.
A mi abuela le gustaba repetir que ni siquiera era comparable la que se formó cuando estrenaron en el cine del barrio la exquisitamente esperada película de la Hepburn. Y ésta era la única explicación posible.
La ofrecían a sacos, en racimos, al peso, en diminutas porciones primorosamente envueltas en papel de oro o a granel en bolsas de plástico reciclable. Como quisieras comprarla. Invadía el escaparate, colgaba del techo y las paredes junto con el resto de los productos frescos, se extendía apetecible por el mostrador y casi que llegaba a caérsele de los bolsillos al tendero.
No cabía otra explicación que justificase aquella eterna hilera hambrienta de humanidad expectante. En aquella tienda vendían esperanza.
4 comentarios:
Leí un comentario interesante tuyo por ahí, la intro de tu perfil resultó igualmente llamativa, y definitivamente el contenido del blog en absoluto decepcionante.
Me ha encantado el texto y el espacio; al fin un rinconcín imaginativo y sencillo.
Con tu venia seguiré por aquí :)
En "Humano demasiado humano" Nietzsche, como sabrás, dejó dicho:
"Pandora trajo la caja llena de males y la abrió. Era el regalo de los dioses a los hombres, un hermoso regalo de aspecto fascinante, llamado "la caja de la felicidad". Al abrirla, todos los males, que eran seres vivos con alas, salieron volando; desde entonces revolotean a nuestro alrededor y nos atormentan día y noche a los hombres. Sólo uno de los males se quedó dentro de la caja. Pandora cerró la caja por voluntad de Zeus y lo dejó dentro. Ahora el hombre posee para siempre la caja de la felicidad y piensa maravillas del tesoro que encierra; dispone de la caja y se sirve de ella cuando quiere, porque no sabe que la caja que trajo Pandora es la de los males y que piensa que el mal que guarda en el fondo es la mayor de las felicidades: se trata de la esperanza. Efectivamente, Zeus quería que, por grandes que fueran los tormentos que le causaran los otros males, el hombre no rechazara la vida y siguiera dejándose atormentar siempre. Por eso dio al hombre la esperanza que es, en realidad, el peor de los males, ya que prolonga el tormento de los hombres."
¿Qué te parece? Y puesto que tu texto no lo deja claro: ¿Es la esperanza positiva, es negativa?
Yo no estoy seguro de que la esperanza sea un mal.
Pero si el diablo hubiera de escoger una tenacidad humana que no le disgustara en exceso y Dios aquella debilidad que le sería fácil perdonar al hombre; llegarían al acuerdo de preferir la esperanza.
Así la esperanza es al mismo tiempo ese diabólico autoengaño que nos apresa y esa necesaria confianza que nos impulsa, la soga que nos ata y la cuerda que nos sostiene. La línea que separa el cielo del infierno.
Por cierto, me interesa mucho tu manera de hacer prosa. Espero que sigas con ello.
Hasta la próxima.
Me alegro que mi texto no deje claro si la esperanza es positiva o negativa. Deja claro que la quiere mucha gente, y, en contra de lo que pueda parecer, eso no da absolutamente ninguna información. Te contesto en la siguiente entrada.
¡vaya, un trocito de prosa!
sencilla, directa y clásica. me gusta, as usual. Yo suelo necesitar mucho más alarde cómico para conseguir el efecto final de sorpresa :-)
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